RESISTENCIA SOCIOCULTURAL A LA PRESENCIA
AFRICANA EN LA CULTURA DOMINICANA.
onente:
Dr.
Luciano Castillo Domínguez
Conferencia
Internacional Persistencia
Africana
en las Sociedades del Caribe
Puerto
Rico, 1989.
INDICE
I. Introducción.
II. Resistencia y contra-resistencia en los estudios
afrodominicanos.
III. Hispanismo, indigenismo y negrismo: ópticas
encontradas.
IV. Negros y haitianos versus blancos y dominicanos.
V. Conclusión.
I.
Introducción.
En
los albores del siglo XIX, el padre Vásquez, cura de Santiago de los
Caballeros, escribió estos versos:
“Ayer
español nací,
a
la tarde fuí francés,
a
la noche etíope fuí,
hoy
dicen que soy inglés,
no
sé qué será de mí”,
donde se explican los avatares en la conformación de
la Nación dominicana.
El
padre Vásquez, aunque algunos consideran estos versos exponentes del racismo
dominicano, no tuvo la desdicha de conocer la ocupación haitiana de 1822-1844,
la Anexión española de 1861-1865, la primera intervención norteamericana de
1916-1924 y la segunda de 1965, en años tan recientes, para quejarse con mayor
dignidad.
La
preocupación del padre Vásquez es, nada más y nada menos, el dilema histórico
pasado y presente de la cultura dominicana, es decir, la determinación real de
la existencia del gentilicio que nomina nuestra cultura, porque según las
diferentes ópticas y posiciones de los intelectuales que han incursionado en su estudio, nuestra
cultura es hispánica o blanca, puede ser muchas veces, indígena o india,
mestiza o mulata; otras veces sería africana o negra, o también
domínico-haitiana.
Son
pocos los estudiosos que han sostenido y defendido que nuestra cultura no es ni
hispana, ni indígena, ni africana, ni domínico-haitiana, sino que es sola y
exclusivamente dominicana, desde luego, conformada por un conjunto de elementos
culturales y sociales que provienen de otras culturas, pero que mediante el
fenómeno histórico de la aculturación o transculturación ha desembocado en la
actualidad en lo que nos identifica como Nación o como nación-estado.
Una
sentencia simple y elocuente de Juan Pablo Duarte, creador de nuestra
nacionalidad, nos ilustra sobre lo que somos y seremos: “La nación dominicana
es la reunión de todos los dominicanos” (1983:19), es decir, parafraseando a
Duarte diríamos: “La cultura dominicana es lo que nos identifica como nación
o dominicano”.
Ahora
bien, cuando seleccionamos el título del tema que nos sirve de base a nuestra
ponencia, lo hicimos convencido de que en la cultura dominicana ha habido
históricamente una resistencia sociocultural a la presencia africana a
diferentes niveles, pero se nos olvidó plantear la existencia de una contra-resistencia
a esa resistencia también presente en diferentes instancias, es decir,
posiciones favorables al conocimiento y estudio de los remanentes culturales y
sociales relacionados con los grupos africanos introducidos como esclavos en la
Isla La Española en la época colonial.
Esta
resistencia y contra-resistencia se dan en el plano de la relación hispanismo e
indigenismo versus africanismo y negrismo; y esto sucede también a otro nivel
más actual y más vivo: antihaitianismo y prohaitianismo.
Por
otro lado, nuestro siempre bien recordado profesor Roger Batisde señala los
peligros en que podemos caer al confundir las culturas negras con las culturas
africanas y afroamericanas; uno de ellos: “querer hallar en todas partes rasgos
de civilizaciones africanas, incluso donde han desaparecido desde hace mucho”;
otro: “negar la presencia africana y no querer ver más que al “negro”
(1969:29), y luego hace una precisión muy importante: “cada caso debe ser
estudiado aparte y analizado cuidadosamente; en este terreno, toda
generalización corre riesgo de encubrir las realidades profundas y dejar al
descubierto... solamente la ideología del autor”(1969:20).
Estas
observaciones objetivas de Bastide no solamente son pertinentes en la República
Dominicana para los estudiosos y el estudio de las culturas negras o las
supervivencias africanas, o afrodominicanas, sino también en lo referente a las
culturas hispánicas e indígenas, o modernamente a los aportes de otras culturas
regionales e internacionales.
Debido
a la brevedad del tiempo que disponemos y a la magnitud de la temática en
cuestión, haremos un recuento sumario de las diferentes ópticas y posiciones
relacionadas con lo africano, con su sinónimo, lo negro, o con el sinónimo de
negro, lo haitiano, en la cultura dominicana, y, desde luego, su contrapartida,
lo indo-hispano.
II. RESISTENCIA Y CONTRA RESISTENCIA EN LOS ESTUDIOS
AFRODOMINICANOS: POSICIONES EXTREMAS.
Cuando
utilizamos aquí el término afrodominicano, se entiende como parte del concepto
más general: afroamericano.
Roger
Bastide escribió hace dos décadas que “el interés por el estudio de las
civilizaciones africanas en América surgió tan sólo hace unos años. Hubo que
esperar a la supresión de la esclavitud; pues hasta entonces en el negro sólo
se veía al trabajador, no al portador de una cultura”(1969:7).
Sin
embargo, a finales del siglo pasado José A. Saco publicó su “Historia de la
Esclavitud de la Raza Africana en el Nuevo Mundo”(1879), y a principios de este
siglo Fernando Ortíz publicaba “Hampa Afro-cubana, los negros brujos”(1906),
ambos, autores cubanos; estas publicaciones nos indican el gran interés que
este tema estaba despertando en algunos países americanos.
Al
respecto, el doctor Luis Beltrán señala: “en lo que se refiere a la dimensión
nacional de los estudios africanistas o africanos -sobre Africa Negra- y
afroamericanos -sobre la influencia africana en el área iberoamericana- el
panorama no es muy alentador. Unicamente dos países -Brasil y Cuba- han creado y mantenido instituciones
especializadas dedicadas al estudio del Africa Negra y de su influencia en sus
respectivas naciones, lo que puede explicarse por la herencia africana presente
en su patrimonio cultural y en su población. En las demás naciones
iberoamericanas solamente comprobamos los esfuerzos –frecuentemente estériles-
de investigadores aislados que, a veces logran parcialmente interesar a centros
y entidades no especializados en estudios afroamericanos y, en menor grado,
africanistas. La mayoría de los investigadores latinoamericanos trabajan
independientemente y son conscientes del carácter marginal de sus actividades
al no poder integrarlos en las grandes corrientes de estudio de sus respectivos
países que ya han fijado sus prioridades”(1973:3).
Un
gran esfuerzo por institucionalizar los estudios afroamericanos fue la creación
del Instituto Internacional de Estudios Afroamericanos, en 1943, el cual tuvo
una existencia efímera, al igual que la revista Afroamérica, su órgano de
difusión (Beltrán:1973:5-6).
Se
deben citar además, los tres coloquios auspiciados por la UNESCO en 1963, 1966
y 1968 y otras reuniones internacionales sobre temas afroamericanos y
afrolatinoamericanos (Beltrán:1973:10-11-12).
Si el
panorama descrito en las citas precedentes
es contundente respecto a lo precario de los estudios
afro-europeo-americanos a nivel internacional, en relación al caso dominicano
su situación ha sido y es deplorable.
El
tema africano o negro, o afrodominicano, en una primera época, está
generalmente inserto, a nivel intelectual, en citas marginales en textos
históricos, folklóricos, literarios, etc., destacándose mucho más en dichos
textos los temas hispánicos e indigenistas, es decir, que la primera temática
está reducida a su mínima expresión.
Ahora
bien, si tomamos como variables de comparación los años de 1900 al 1970,
respecto a una serie de sociedades caribeñas, sur y centroamericanas, donde la
esclavitud negra fue un hecho cotidiano, en relación con la sociedad
dominicana, con el fin de medir la disposición de los estudiosos dominicanos
para abordar el tema negro o africano de una manera especializada, es casi
nula.
Solamente
podemos citar, después de una minuciosa revisión bibliográfica de contenido,
los trabajos pioneros de Carlos Larrazábal Blanco, venezolano: “Vocabulario de
Afronegrismo”(1941) y “Los Negros y la Esclavitud en Santo Domingo” (1967) y la
obra de Pedro Andrés Pérez Cabral (Corpito), dominicano, “La Comunidad
Mulata”(1967), escrita y publicada en
Venezuela.
La
resistencia de los intelectuales dominicanos de la primera mitad de este siglo
y del pasado para dedicarse a estudiar todo lo relativo a la esclavitud y a lo
negro, tiene una contra-resistencia, es decir, una disposición favorable a
tratar la temática sin inhibición de ninguna especie entre intelectuales de una
nueva generación de dominicanos y extranjeros.
Esta
disposición se evidencia, sobre todo, a partir del 1970, más precisamente en la
década 1970-80, que es la época donde se publican un sinnúmero de trabajos de
investigación, libros, artículos, ensayos, etc., sobre la temática
afrodominicana. En ellos se hacen críticas a los trabajos de los hispanófilos
dominicanos.
Es
significativo para este período la celebración del I Coloquio sobre la
Presencia de Africa en las Antillas y en el Caribe, auspiciado por el
desaparecido Departamento de Investigaciones Científicas de la Universidad
Autónoma de Santo Domingo, en el año 1973, donde participaron especialistas
nacionales y extranjeros.
Como
veremos más adelante, tanto las obras de los intelectuales hispanófilos e
indigenistas como las de los africanistas, denuncian posiciones extremas que
cuestionan la verdadera cultura dominicana.
III. HISPANISMO, INDIGENISMO Y NEGRISMO: OPTICAS
ENCONTRADAS.
El
título de este apartado de nuestra ponencia ha sido y es un problema racial, y
también cultural. Las posiciones extremas, pros y contras, en los estudios
afrodominicanos, expuestas en el apartado anterior, están presentes en éste
como ópticas diferentes encontradas.
Larrazábal
Blanco en su libro citado “Los Negros y la Esclavitud en Santo Domingo”, nos
introduce sobre esta temática: “La América, la de la historia y la sociología,
es hija de la angustia: la angustia del blanco con su continuo vivir frente a
la muerte en tierras desconocidas, con su inmoderado afán de oro y poder
tiránico; la angustia del indio, siempre en camino de perder su propia
personalidad tras la pauta inmisericorde del encomendero; la conquista del
negro que abandona obligado sus lares nativos para brindar el ébano de su
espalda a los latigazos de cualquier soez capataz o amo malvado”(1975:7).
La
base biológica de la cultura dominicana está conformada así: el blanco (el
hispano o europeo), el indio (el nativo o indígena) y el negro (el africano).
Este contacto biológico o la misceginación entre esos grupos y el fenómeno
aculturativo o transcultural entre esas culturas disímiles dio como resultado
el mestizaje y la mulatez (término utilizado por el antropólogo cubano Fernando
Ortíz) raciales y culturales que identifica la cultura dominicana, aunque por
la desaparición del indio, por diferentes causas que no vienen al caso
recordar, en los primeros cincuenta años de la vida colonial dominicana,
Larrazábal anota que “Durante la esclavitud la compenetración biológica y
cultural de las razas blanca y negra al fin formaron el pueblo de Santo Domingo
racial y culturalmente”(1975:186).
A
pesar de estas evidencias históricas tan diáfanas y de las explicaciones
genéticas modernas sobre la herencia de los caracteres físicos en los grupos
humanos, existen contradicciones teóricas y ópticas diferentes para estudiar
los aspectos raciales y culturales de la sociedad dominicana.
Hay
unos versos de Juan Pablo Duarte que se citan mucho, pero no se tienen en
cuenta en la práctica, sobre la unidad racial y cultural de los dominicanos:
“Los
blancos, morenos,
cobrizos,
cruzados,
marchando
serenos,
unidos
y osados,
la
Patria salvemos
de
viles tiranos,
y al
mundo mostremos
que
somos hermanos”(1983:25).
Por
otro lado, el primero de los versos que citamos en la introducción del padre
Vásquez que dice: “Ayer español nací” representa lo que ha sido una constante
dominante en la cultura dominicana: lo español, o hispano o blanco.
Desde
la época colonial se identifica a Santo Domingo como un pueblo español y a sus
habitantes como blancos y su cultura como hispánica. Frank Moya Pons escribe
sobre parte de este período histórico: “En cincuenta años, esto es, durante la
segunda mitad del siglo XVIII, la población de la colonia española, además de
sentirse profundamente hispánica por haber capaces de preservar su nacionalidad
frente al empuje de los franceses, también se consideraba a sí misma
blanca”(1974:20).
Es
una óptica compartida por muchos.
Los
haitianos llamaban “españoles” a los habitantes de Santo Domingo, mientras que
los dominicanos identificaban a aquéllos como “franceses”, o “negros
franceses”.
Lemmonier-Delafosse
quien vivió en Santo Domingo durante la llamada ERA DE FRANCIA, escribió que el
criollo dominicano... “es un español orgulloso de sí mismo”, y anota a
continuación: “Desgraciado de aquel que se atreva a darle su verdadera
denominación, pues entonces la cólera reemplaza su paciencia y aunque sea negro
como el ébano, os contestará, golpeándose al pecho orgulloso, más grande
todavía en las Indias Occidentales que en la Europa misma: ¡Yo, yo soy blanco
de la tierra!”(1975:155).
Una
observación pertinente e interesante sobre esta temática es la siguiente:
En 1821, José Núñez de Cáceres, proclamó la independencia
de España, la cual se conoce como Independencia Efímera, y el nombre que le da
a la nueva Nación es “Estado Independiente de Haití Español”.
Indudablemente
que en el siglo veinte, sobre todo durante la llamada Era de Trujillo, es donde
el discurso hispánico toma forma conspicua. El mismo dictador Trujillo puede
servir de ejemplo para arrancar. Dos de sus discursos nos ilustran al respecto;
sus títulos son “La España Eterna” y “Apología de la hispanidad”, los cuales
probablemente fueron escritos por intelectuales hispanófilos dominicanos o
extranjeros que le sirvieron como amanuenses.
Entre
los intelectuales que sostuvieron y defendieron este discurso, las figuras más
señeras, fueron: Manuel Arturo Peña Batlle, Emilio Rodríguez Demorizi, Joaquín
Balaguer, Manuel de Jesús Troncoso de la Concha, Máximo Coiscou Henríquez,
entre otros.
De
los intelectuales citados anteriormente, tomaremos tres como ejemplos de la
defensa del hispanismo dominicano.
El
primero que evocaremos es Emilio Rodríguez Demorizi quien nos sistematiza sus
ideas hispanistas de una manera especializada.
Nos
dice al respecto: “Por eso la creación de la República Dominicana no fué un
simple hecho político. Fué principalmente, la culminación heroica y persistente
empresa defensiva de una cultura y de un espíritu, de la cultura y del espíritu
hispánico en el primer establecimiento español del Nuevo Mundo.
Somos
españoles y lo seremos siempre por la sangre, por el espíritu, por la religión
y por la lengua”(1975:24).
El
segundo ejemplo es Manuel Arturo Peña Batlle, “el más fiel intérprete del
pensamiento dominicano”(Price-Mars:174).
Solamente
una cita sobre el origen de la República Dominicana nos basta para comprender
su pensamiento hispanófilo expresado en todas sus vastas obras. He aquí la
cita: “No olvidemos que esta nación española, cristiana y católica que somos
los dominicanos, surgió, pura y homogénea, en la unidad geográfica de la isla y
que así se hubiera conservado hasta hoy a no ser por el injerto que desde el siglo
XVIII se acopló en el tronco prístino para inficionar su savia con las de
agentes profunda y fatalmente distintos”(En Cassá: 1976:81).
El
tercer intelectual es el expresidente de la República Dominicana, el Dr.
Joaquín Balaguer, escritor prolífico y polifacético. Su discurso pro-hispánico
está expuesto en cartas, ensayos, artículos y libros.
Frases
e ideas como “país de abolengo español”, “Nación católica y cristiana”,
“nuestra cultura hispánica”, “caracteres antropológicos originales”, etc.
dominan la expresión de su pensamiento.
Los
dos libros principales donde Balaguer sintetiza sus criterios hispanistas son
“La Realidad Dominicana” de 1939 y “La Isla al Revés” de 1983.
En
este último libro encontramos ideas como: “Santo Domingo es, por instinto de
conservación, el pueblo más español y más tradicionalista de América”
(1983:63), o “Lo que Santo Domingo desea es conservar su cultura y sus
costumbres como pueblo español...”(1983:65).
Como
acabamos de verlo, los intelectuales hispanófilos dominicanos presentan a
nuestro país como una república en proceso constante de hispanización o de
emblanquecimiento, pero esta posición no solamente se encuentra entre ellos,
sino que escritores extranjeros también han expuesto este criterio. Veamos un
ejemplo: el profesor francés Eugene Revert, en 1954, escribió sobre la
República Dominicana: “La República Dominicana evoluciona voluntariamente o al
menos bajo el impulso de una fuerte voluntad hacia un “emblanquecimiento”
sistemático” (1954:69), y en otro lugar dice: “Se puede, pues, admitir sin
dificultad, a mi manera de ver, que antes de 30 años, en la próxima generación,
la República Dominicana se convertirá oficial y auténticamente en un estado
blanco como Cuba y Puerto Rico” (1964:70).
Pasemos
ahora al indigenismo.
Luis Gerónimo Alcocer, en su
“Relación Sumaria...” dice que “la Villa de Boya que es de indios descendientes
de los de esta isla; tendrá como seis cassas de ellos”, e indica que su número,
en total, sería de unos 30 (en Tolentino :1975:109), es decir, que para el año
1650 (s.XVII) en que fue escrito este Informe la población indígena no existía
propiamente hablando.
Hay
contradicciones evidentes entre diferentes autores sobre la población indígena
de La Española en la época del primer contacto con los españoles: Las Casas
escribe sobre tres millones; Oviedo la coloca en un millón, y modernamente
Angel Rosenblat calcula la existencia de sesenta mil indios. Otros autores
modernos dan otras cifras.
Ahora bien, nuestro interés en este punto, es que esta
población desaparecida rápidamente, se mezcló selectiva y parcialmente con la
española dando como resultado el primer mestizaje novomundano en el aspecto
biológico.
Dejando
de lado las investigaciones arqueológicas que tienen otra connotación, después
del año 1865 en que terminó la época de la Anexión a España, se desarrolló en
la República Dominicana la llamada tendencia indigenista, sobre todo en
literatura, que es, nada más y nada menos, una revaloración romántica sobre el
grupo indígena exterminado o asimilado por el grupo español dominante en los
mismos inicios del contacto primigenio americano-europeo, la cual continúa
hasta nuestros días.
Sobre
el amplio listado de obras en relación al indigenismo conviene destacar la
novela “Enriquillo” de Manuel de Jesús Galván y “Fantasías Indígenas” (poemas)
de José Joaquín Pérez.
El
investigador José Manuel Andrade recogió en la década 1920-30, la expresión “de
color indio” entre sus informantes casi todos analfabetos (1976:558). En la
clasificación racial popular dominicana el “indio” es una categoría intermedia,
de transición, como veremos más adelante.
El
término, según algunos autores, parece que fue impuesto por una élite
intelectual indígenista después del año 1865, sin embargo Sir Robert H.
Schomburgk quien fue Cónsul inglés en el país en la época posterior a la
Separación de Haití (1844), hablando de la persistencia racial dominicana,
dice, “Nunca he visto esta persistencia mejor desplegada entre los individuos
de razas mezcladas que hasta hoy han seguido llamándose “indios” en Santo
Domingo y en los cuales los caracteres distintivos del indio puro se han
transmitido durante más de dos siglos”.
Esta
observación se refiere principalmente a los “indios” de sexo femenino”(78:212).
Schomburgk publicó en 1851, en Londres, su ensayo en el que se encuentra esta
apreciación.
A
pesar del tratamiento prolífico del tema “indio” en la República Dominicana, no
hay mucha convicción científica para una defensa objetiva del mismo, aunque es
notable el esfuerzo del Dr. Alvárez Perelló para determinar en los grupos
sanguíneos dominicanos la presencia indígena (1973).
El
mestizaje y la mulatez son la base de lo que podría llamarse la
“indigenización” en el pensamiento dominicano.
Podemos
colegir de todo lo expuesto hasta ahora en este apartado, que los temas
hispanos e indígenas son positivos en su tratamiento, pero inmediatamente vamos
a tocar un tema negativo históricamente y que en los últimos años alcanza la
polarización negativo-positiva: el tema negro o africano.
Esta
temática como nos referimos en el apartado anterior ha sido resistida para ser
tratada especializadamente, y cuando se toca se hace de una manera tangencial,
o para salir del paso.
Un
ejemplo significativo: En 1955, se realizó un Congreso Folklórico en la
República Dominicana, organizado por el Dr. Joaquín Balaguer, valga la
aclaración, quien era en ese entonces Secretario de Educación, en el cual no se
trató nada referente a lo negro o a lo africano, por ejemplo, en el temario 10 se
esboza la supervivencia de la música de motivos indígenas, pero no se menciona
nada respecto a la música afro-dominicana, africana o negra.
Desde
luego, todo el Congreso estaba dominado por la “raigambre española de nuestro
folklore”(Valverde:1954).
Ahora
bien, en las décadas (1970-1990) ha habido una eclosión en cuanto al
tratamiento de lo africano y lo negro. Hay trabajos muy objetivos al respecto;
algunos sustituyen prácticamente a los trabajos de los hispanistas e
indigenistas por su posición radical y reduccionista sobre el predominio de la
“raza negra” o de la “cultura africana” en Santo Domingo.
Por
ejemplo, el folklorista dominicano Fradique Lizardo representa cómo el
pensamiento sobre la temática hispánico-africana puede variar en una misma
persona en más de tres décadas. En 1958 escribió: “Un concepto errado y que
deseamos aclarar es lo relativo al folklore negro”, y después de describir el
sentido del término folklore, apunta, “hablar del folklore negro, es expresar
un concepto que se nos antoja así como decir astronomía cuadrada o matemática
azules”(1958:10), pero treinta y un años después, en 1979, Lizardo afirma que
en Santo Domingo no existía la noción de cultura negra, porque la élite
intelectual dominicana había ocultado su existencia, es decir, que hablar de
cultura negra o de folklore negro no sería errado (1979:9).
Una
apreciación que evidencia el cambio de actitud del autor anteriormente citado,
y lo coloca en una posición extrema y ambivalente, es la siguiente:
“Desde el siglo XVI hasta ahora, la población de
origen africano ha sido mayoritaria en nuestro país” (1979:11), pero más luego
reconoce “el mestizaje como una fuerza importante” (1979:24), pero un mestizaje
errado de negros e indios, el español se erradica, porque apropiadamente el
mestizo es un producto biológico de la mezcla de blanco e indio. Un poco más
adelante escribe: “Los hechos están ahí, somos en realidad una verdadera
comunidad mulata, pero tirando un poco más a lo oscuro que a lo claro”
(1979:24), es decir, somos una comunidad de negros o africana. Esta posición
coincide con el punto jurídico racial norteamericano que dice que todo
individuo que tenga aunque sea una gota de sangre negra, aunque sea un mulato
de blanco o negro, o de indio y negro, es considerado como negro, aunque
fenotípicamente sea blanco como el primer caso. Se sabe que esta posición
transgrede las leyes de la genética humana.
Ahora
bien, Lizardo llega a una posición relativista; después de sacar lo hispánico
de circulación (en 1958 había dejado fuera lo africano), escribe, “aceptemos,
pues, las realidades y tengamos orgullo de ser un pueblo de múltiple origen,
tan digno de una parte como de la otra, y de culturas diferentes, pero no
desiguales, pues tanto valen como elementos culturales, una castañuela o un
atabal, ya que no hay culturas superiores, sino distintas” (1979:25).
Otro
estudioso radical sobre la cultura negra o sobre los remanentes culturales
africanos en República Dominicana, es el más notable afrodominicanista
nacional, Carlos Esteban Deive, dominicano de origen español.
Su
posición sobre esta temática está expuesta con estas palabras: “Los grupos
étnicos que proporcionarán el mayor caudal de rasgos y complejos a la cultura
nacional son el español y el africano, con una evidente e indiscutible
prevalencia del primero sobre el segundo a pesar de la opinión de algunos
sociólogos e historiadores, cuya posición antiespañola los lleva a menospreciar
la preponderancia hispánica para encumbrar las influencias ejercidas por los
esclavos de distintas naciones africanas” (1979:294-2-5). Sin embargo en este
trabajo de Deive, titulado “Notas sobre la Cultura Dominicana”, hay pocas
referencias a lo hispano y a lo indígena, y casi todo el trabajo está
concentrado en
la cultura africana.
La
profesora June Rosenberg, notable antropóloga afrodominicanista, residente
desde hace muchos años en la República Dominicana, también expresa su criterio
sobre el país con estos términos: “la población dominicana de origen mayormente
africano y, más recientemente y por lo general, producto de la mezcla cultural
domínico-haitiana” (1979:15).
La
doctora Martha E. Davis, antropóloga con residencia periódica en el país,
sostiene una posición muy radical en pro de la cultura africana en la cultura
dominicana. En sus escritos se palpa la supremacía de una cultura sobre la
otra, es decir, la africana sobre la española, y la indígena es inexistente, es
lo opuesto a los hispanistas que defienden el dominio de lo hispánico sobre lo
africano, esto último casi inexistente entre aquéllos.
En
uno de sus libros, “Voces del Purgatorio”, donde quiere demostrar, demostración
muy cuestionable, que la salve, género musical religioso dominicano, es
la verdadera música popular nacional, hace afirmaciones interesantes; dice la
doctora Davis “este subgénero musical (la salve, LC) demuestra el grado
creciente de influencia africana en la cultura dominicana. Se podría concluir,
pues, que la cultura dominicana se está africanizando” (1981:81).
Con
esta conclusión absurda sobre la
africanización dominicana se nos
quiere sumergir en un mundo cultural imaginario e inexistente, es la
contrapartida pretendidamente positiva, a otra conclusión considerada negativa,
expresada por Emilio Rodríguez Demorizi en 1955, con relación a la inmigración
haitiana cuando escribe: “esta última clase de inmigrantes es la peor especie.
Negros es su totalidad, casi desnudos, analfabetos, casi siempre famélicos y
enfermos, tribus nómadas desprovistas de todo, oscuras caravanas que traían consigo
la miseria, las supersticiones, la amoralidad, el voudou, la africanización...”
(En Cassá:1976:77).
Ahora
bien, la marginalidad de lo africano o de lo negro viene desde la misma época
colonial y de la situación de la esclavitud africana en Santo Domingo. Las
disposiciones y ordenanzas que reglamentaban la vida social y cultural del
esclavo son las bases legales de esa marginalidad, lo cual va a quedar vigente
ya no jurídicamente, sino como prejuicios y discriminaciones raciales y
socioculturales presentes en todos los estratos sociales que conforman la
cultura y la sociedad dominicanas, ya sea en el pasado o en el presente.
Por
otro lado, se conoce de la existencia de diferentes escalas de clasificación
racial surgidas del proceso de misceginización entre blancos, indios y negros y
sus descendientes desde la época colonial en el Nuevo Mundo.
En la
República Dominicana como señalamos más arriba, existe una clasificación racial
popular que tiene como extremos, en la base al negro y en la cúspide al blanco,
y en el medio como un elemento de transición al indio, con dos variantes, una
que se aleja del negro, el indio oscuro, y otra que se acerca al blanco, el
indio claro.
Nosotros
habíamos elaborado junto a los profesores Rubén Silié y Porfirio Hernández una
escala en el año 1971, en un Informe docente sobre la mujer negra dominicana,
el cual se encuentra publicado en el libro “La femme de Couleur en Amérique
Latine”, bajo la dirección de nuestro profesor ya fallecido, el notable
afroamericanista Roger Bastide.
La
escala es la siguiente:
Blanco
Indio
claro
Indio
Indio
oscuro
Negro (Bastide:1974:176)
Esta
escala recuerda las escalas de otros países latinoamericanos donde el indio
real es la base, el negro está prácticamente erradicado; el ladino o el cholo,
es el tipo intermedio y el blanco es la cima.
IV. NEGROS Y
HAITIANOS VERSUS BLANCOS Y DOMINICANOS.
Para
el dominicano, no solamente el de la élite, africano es sinónimo de negro, y
negro de haitiano, pero también haitiano es el sinónimo de africano.
Haití
es una República negra y la República Dominicana es blanca.
Esta
falsa apreciación, ya que hablando con propiedad, ni la una ni la otra, pueden
calificarse como tales, parece estar incentivada por afirmaciones como ésta:
“He aquí, una ola de color (Haití, LC) que asciende y sumergirá a toda colonia
blanca (República Dominicana, LC) que no se halle cuidadosamente preparada y
protegida” (en Price-Mars: 1958:237).
La cita
precedente de Danna G.Munro, recogida por Price-Mars en la forma expuesta con
los paréntesis nuestros, se encuentra citada de otra manera, en una carta de
Joaquín Balaguer a un grupo de hombres públicos colombianos en 1945, donde
pinta la relación República Dominicana-Haití: “He aquí una ola de color que
avanza y que se tragará sin remedio a la República Dominicana”
(Balaguer:1945:4).
En
otra parte de su carta, Balaguer, dice, refiriéndose a Haití: “Su población
alcanza ya a más de cuatro millones de almas casi todas de raza puramente
africana” (1945:3).
Hay
otras frases en diferentes textos de Balaguer donde se refiere a Haití como
“pueblo y cultura africanos”, por ejemplo: “predominio de la raza africana”,
“en su mayoría de raza africana”, “raza etiópica”, “infición africana”,
“africanización del país”, etc.
Manuel
Arturo Peña Batlle también habla de “raza netamente africana” para referirse a
Haití, y Carlos Sánchez y Sánchez, especialista en Derecho Internacional, llega
al extremo de proponer que las masas haitianas, no la élite intelectual, sea
extrañada de Haití, hacia Africa.
La
visión sobre la relación domínico-haitiana tiene diferentes posiciones
encontradas como se ha expresado arriba.
Juan
Pablo Duarte, el Fundador de la República Dominicana, escribió lo siguiente:
“Entre los dominicanos y los haitianos no es posible una fusión”, pero en otro
lado expresó: “Yo admiro al pueblo haitiano desde el momento en que,
recorriendo las páginas de su historia, lo encuentro luchando desesperadamente
contra poderes excesivamente superiores, y veo cómo los vence y cómo sale de la
triste condición de esclavo para constituirse en nación libre e independiente”
(1983:23).
En la
misma época en que Duarte hace estas dos apreciaciones, el Vizconde de Palmerston,
en nota al agente haitiano en Londres, le dice que las grandes potencias no van
a permitir a que un pueblo de raza negra (Haití, LC) subyugue al pueblo
dominicano de origen español (en Lizardo:1979:68).
En la
literatura académica y en la popular se pueden detectar posiciones abiertamente
anti-haitianas. Algunas citas son ilustrativas al respecto: En “La Sangre”,
novela de Tulio M. Cestero, esta posición la representa el Presidente Heureaux
(Lilís), “hijo de haitiano”; en la novela “Baní, Engracia o Antoñita”, de
Francisco Gregorio Billini, uno de sus personajes, Musié, “era rayano de las
líneas de Haití”; en la obra costumbrista “Cosas Añejas” de César Nicolás
Penson, los asesinos de las Vírgenes de Galindo, una leyenda dominicana, “eran
haitianos” y en “Compay Chano”, novela de Miguel Alberto Román, el personaje
central quiere librar a los dominicanos de “tanta maldad haitiana”.
Por
otro lado, Manuel José Andrade ya citado, señala lo siguiente: “La difusión de
las creencias haitianas en toda esta región (la frontera domínico-haitiana, LC)
es absolutamente evidente, aunque encuentra oposición conciente. Los haitianos
son despreciados por los dominicanos. Los matrimonios entre ambos pueblos son
muy raros. Todos los robos se atribuyen a los haitianos y éstos hacen la mayor
parte de las labores domésticas o trabajan por un salario que es la cuarta
parte del que demandan los nativos. Cómo poner coto a esta inmigración, se
considera un problema nacional” (1976:600-601).
Larrazábal
Blanco también citado reconoce esto: “La influencia haitiana ha continuado
después de la Independencia y pervive aún. No sólo esto ocurre en la Frontera
sino en todo el país, tanto en los campos como en las aldeas y ciudades”
(1975:187).
C.
Harvey Gardiner escribe también sobre el problema fronterizo domínico-haitiano:
“Los delitos contra la propiedad, como robo de ganado, cosechas y madera y los
crímenes contra personas -asesinatos, violaciones, asaltos-
amenazaban el bienestar físico y económico de
numerosos dominicanos. Otros actos criminales incluyendo brujería y profanación
de cadáveres, amenazaban sus principios religiosos y su herencia cultural...
Los
dominicanos concluyeron que tenían un problema de frontera que los amenazaba
racial y culturalmente” (1979:13-44).
Volvemos
a citar a Andrade con otra apreciación: “Los dominicanos aseguran que el culto
Vudú nunca ha sido practicado por su pueblo, y que la hechicería que puede
encontrarse actualmente en su territorio procede de Haití. He encontrado muy
poca evidencia de lo contrario...” (1976:599).
La
reacción histórica dominicana contra la religión popular haitiana la podemos
encontrar en estas décimas del poeta popular Juan Antonio Alix que dicen:
“Yo
salí de Jicomé
pa
vení a Dajabón
y
yo jise la intensión
de
cantái con un fransé.
Que
saiga cuaiquie fransé
Y
verá si soy letrao,
y
acabo su brujería
por
Dio, con ete encabao.
La
pobre de mi mujer
me
lo dijo cuatro vese:
“con
eso negro fransese
tú no te vaya a metéi
y
yo le dije a Isabéi,
con
la ayuda de Jesú
y
la oración de San Pablo
aunque
quieran eso diablo
yo
sí no bailo Judú”.
Los
últimos versos de estas décimas terminan así: “Como soy dominicano, yo sí no
bailo judú”.
Ahora
bien, en los años recientes han surgido escritores e investigadores dominicanos
y extranjeros que han escrito y estudiado la relación domínico-haitiana no con
un espíritu de imparcialidad y objetividad, sino tratando de subordinar la
cultura dominicana a la haitiana, o tratando de hacer con las culturas
dominicana y haitiana un híbrido cultural, llamándola “cultura
domínico-haitiana”.
Por
ejemplo, algunos autores han acuñado el término “vodú dominicano”, con el fin
de supeditar las diferentes manifestaciones religiosas populares dominicanas al
vodú que se practica en Haití, y que se practica en determinados estratos
sociales dominicanos. El término es antojadizo, es como si a la Santería
cubana, le llamáramos “Vodú cubano”, o al Candomblé brasileño, le denomináramos
“Vodú brasileño”.
Por
otro lado, el enfrentamiento racial y cultural de haitianos y dominicanos está
expresado por Roberto Cassá así:
“De
tal forma el mito de la dominicanidad se conforma como sinónimo de raza blanca,
lo opuesto por excelencia a lo haitiano, sinónimo de raza negra. El esfuerzo de
concientización de la conciencia nacional en torno al régimen (de Trujillo, LC)
tuvo constantemente como punto de referencia contrapuesto la presencia de la
nación haitiana, vista como origen de un peligro eminente a la supuesta
original y esencia hispánica del pueblo dominicano” (1976:76).
Indudablemente
que una de las consecuencias de ese antagonismo histórico domínico-haitiano
condicionado racial y culturalmente fue la matanza de haitianos ordenada por
Trujillo y apoyada por la élite trujillista en 1937.
5. CONCLUSION.
Para
finalizar nuestra exposición queremos resumir algunas consideraciones como
conclusión:
1. Hemos dejado fuera del texto
un tema sobre aspectos socio-culturales africanos “resistidos” o “aceptados”
dentro de la cultura dominicana porque alargaría nuestra ponencia, y
entraríamos a discutir sobre qué es y no es africano o negro en nuestra
cultura, o la forma ligera con que algunos autores han tratado dicho tema.
Por ejemplo, el doctor Pedro
Henríquez Ureña en su libro sobre el español en Santo Domingo solamente recoge
algunas palabras de origen africano que han persistido en el país; Larrazábal
Blanco amplía el listado; mientras que Deive y Fradique Lizardo lo amplían
mucho más.
Otro ejemplo sería la poesía
llamada negroide o afroamericana. En República Dominicana sus cultores son muy
pocos. Manuel del Cabral es la figura más señera y con propiedad se puede decir
que la única que se integró a ese movimiento. En menor grado tenemos a Rubens
Suro, Tomás Hernández Franco, Carlos Lebrón Saviñón, etc.
Se debe observar que los
negros de esos poemas son haitianos, no dominicanos.
2. Podemos decir que ha habido
una resistencia a la presencia africana o negra en
la República Dominicana no
solamente de la élite intelectual, pero que también se ha manifestado muy
recientemente una contra-resistencia al rechazo de la presencia africana, la
cual muchas veces sustituye a la posición radical de la primera.
3. El hispanismo y el
indigenismo se han enaltecido como los niveles sociocultura-
les básicos de la cultura
dominicana, mientras que el africanismo o negrismo se ha marginado de una
manera caprichosa y discriminatoria, manifestándose ópticas encontradas cuando
se estudian estos tres aspectos.
4. El anti-haitianismo ha sido
una constante en la historia de la sociedad domini-
cana donde ha habido
estudiosos que han defendido esta posición de una manera radical, pero también
se nota en estos últimos tiempos un prohaitianismo en una élite intelectual
joven.
5. Para nosotros, en la
República Dominicana, no existe ni la cultura española,
hispana o blanca, ni la
cultura india o indígena, ni la cultura africana, negra o domínico-haitiana,
pero sí existe como una realidad objetiva e incontrovertible, con todas sus
debilidades y fuerzas, la cultura dominicana formada y forjada por ingredientes
socioculturales provenientes de esas culturas y de otras culturas llegadas en
tiempos más recientes.
6. Como
apéndice bibliográfico anexamos una serie de trabajos sobre la temática
que
acabamos de esbozar.
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Santo
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UASD.
1974.Santo Domingo, R.D.
Nota: Este trabajo fue redactado en 1989
para la Conferencia citada en la portada, al hacerlo público hoy respetamos sus
limitaciones y omisiones.
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